cuando era pequeña hice caca detrás de un banco de piedra en el patio
del colegio a la hora del recreo, justo al lado de una pequeña virgen de mármol
que alguien regalaría a la hermandad, eran inmediatas las ganas y no pude
aguantarme, excusa, no quería ir a los servicios y cogí el primer sitio a mano,
pasó al lado una niña morena con las manos en los bolsillos y pantalones de
pana, normalmente olía mal y quizás por eso siempre iba sola -con los años
encontró amigas-, el caso es que se chivó a la monja de turno que andara de
guardiana y gracias a dios y a santa teresa maría hermana nuestra que aquel día
en vez de mi madre vino mi abuela a buscarme, al loro con esos seres comprensivos que
saben guardar secretos, curioso que con el tiempo su mente desvaría hacia la
más enquistada maldad en algunos de ellos
por cierto que ahora la virgencita está enterrada bajo un parking,
dijeron que era para comprar más ordenadores, la verdad es que las monjas
estaban en peligro de extinción, las recuerdo desde sus amplias celdas
saludándonos con ternura, melancolía, cierta felicidad y un gran desamparo
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