4.1.13

el color no existe a otros ojos


















Era de noche y el barrio estaba vacío, se perdían las mismas casas en la oscuridad del horizonte, todo era un símil, voces traslúcidas por gritos de fondo, el compacto gris de las calles casi no diferenciaba la acera de la calzada y estaba tranquila, pasamos por un bar montado a lo cutre dentro de una habitación, una barra a lo largo y en diagonal al rectángulo de la estancia, iluminada tenuemente por una luz rosácea y opacada por el humo, en una especie de diminuto ex-colegio que había pasado a ser la comuna de una sola persona, allí, empolvados por el paso de los años había trastos míos colgados de perchas, la grandísima mayoría desocupadas, pendiendo de una barra metálica de algún escombro encontrado al azar.

En aquel enclave estaba el de los gorros de animales que me miraba desde la penumbra, vivía sólo en una casa de tres pisos con patio de cemento abierto a la calle, de muros muy bajos y sin puerta, no quería decir porqué estaba allí, tenía la ropa tendida a ras de acera, entre ella, algunas prendas mías perdidas a lo largo del tiempo.


Miraba con cierto aire de desdeño.


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